jueves, mayo 31, 2007

La balsa

La playa de la base es muy linda, en ciertos aspectos. Al estar dentro del puerto, prácticamente no tiene oleaje, lo que la hace excelente para nadar. Además la ubicación y los vientos permiten que el agua este limpia casi siempre.
Habiendo vivido en Ushuaia hasta los 6 años, yo era una especie de niño de jardín invernadero. No sabía nadar, andar en bicicleta, jugar al fútbol... Eso sí, armando Legos y jugando a la compu era bárbaro. Aprender estas cosas me tomó algún tiempo. Cerca de los 10 ya podía andar decentemente en bicicleta. Al fútbol todavía no juego bien, a pesar de seguir intentándolo tercamente (lo dijo muy bien mi amigo el Abuelo cuando le conté de mi presente esguince: "Fijo, ¿para qué jugás?").
Nadar me llevó un poquito más. No me enseñaron hasta que fui un poco más grande. Creo que ya podía hacerlo bastante bien para el verano en que cumplí 12. Cuenten... son seis años. Seis años de ver la balsa. Blanca y con un trampolín. La balsa a la que iban todos a jugar. Los que no nadaban, iban chapoteando con un salvavidas. Pero yo no -era peligroso, en realidad-. A la altura de la balsa ya había varios metros de profundidad, por lo que no era tarea fácil. No, yo iría cuando supiese nadar.
La balsa, la balsa, la balsa. Por más que pensara en otra cosa, por más divertidos que fueran mis juegos en el agua, la balsa siempre estaba en el rabillo de mi ojo. A veces la medía. "Sé flotar bastante bien, tal vez llegue pataleando, con un poco de esfuerzo". Pero la verdad, yo era obediente. Tuve que esperar.
Eventualmente aprendí, y pude salir a nadar con mis padres. Los cuatro: los dos buzos y sus hijos, cien metros mar adentro, o más. Mucho más allá de la balsa. Y sí, cada tanto subía de pasada. Pero la verdad, la balsa era bastante aburrida.

lunes, mayo 14, 2007

El tren

Los 28 de diciembre nos tomábamos el tren a Buenos Aires. Siempre pasábamos Navidad en casa, y Año Nuevo en lo de la tía -mi tía abuela. Podría hablar de Banfield, pero este papelito está más cerca del tren.
Viajar perdió mucho significado para mí. Me refiero a cubrir la distancia entre Mar del Plata y Buenos Aires. Ahora lo hago casi todos los fines de semana. Duermo. Horas muertas, si no fuese el único momento en el que le puedo prestar atención exclusiva a mi música, y si no estuviera la ansiedad de volver a la ciudad que aprendí a querer y a P.
Pero en aquel entonces era distinto, partiendo de que el tren tiene para mí cierto encanto del que el ómnibus carece.
Siempre imaginando el traqueteo de los vagones como líneas de batería, esperando los sobresaltos por el ruido al pasar sobre un puente, viendo los campos, las casas, pensando cómo es la vida ahí, en medio del pasto. Vacas, alambrados, estaciones. Galpones abandonados y oxidados. Pebetes de jamón y queso y coca cola.
Unos años después, ya con walkman, la experiencia se enriqueció. No me puedo olvidar del atardecer, el sol detrás de los árboles que pasan frente a la ventanilla, y Hermano Perro de Almendra. O una tormenta eléctrica en la noche, con los rayos proveyendo la única luz, y la guitarra de Banks en I see you, con esas cadencias de jazz que tenía el Yes de los '60.
Y la lluvia. El tren parado, elevado sobre un barrio del sur. Techos, lata, chapa, quietos. Todo gris y pardo, hasta donde daba el ojo. Y la lluvia sobre todas las cosas.

viernes, mayo 04, 2007

Bailes de la escuela

Recuerdo que en los bailes de 7mo grado de mi hermano (que ahora tiene 28) pasaban the Clash. Y en la parte mas pachanguera pasaban los Pericos y los Cadillacs.

¿Qué pasó en el medio?