martes, abril 17, 2007

Espejismo

Hacía calor. Aquel fue el verano en el que íbamos muy seguido a las playas del sur con C.. Como nos aburríamos en la carpa, caminábamos casi toda la tarde. Una de nuestras zonas favoritas era "la reserva", una playa sin carpas, con algunos medanitos y un pequeño bosque.
Cierta vez nos internamos por la parte media de la playa, lejos del bosque y lejos de la orilla, donde no había nada salvo médanos. La arena ardía, y la marcha sobre los pequeños médanos nos agotaba rápidamente. Bromeábamos acerca de sentirse como perdido en el desierto. En esa época nos reíamos mucho todavía.
¿Qué era lo único que le faltaba a esta situación sahariana?. Un espejismo, claro. Al superar un médano divisamos una pequeña casilla verde, semejante a un stand, de tamaño suficiente para albergar una persona y poco más. En la parte superior del puestito, un cartel rezaba "Munchis".
Nos miramos desconcertados. Miramos alrededor. No había nadie cerca. No había nada cerca. ¿Por qué había una mini heladería en el medio de los médanos?.
Nos acercamos. El muchacho que atendía parecía sacado de una película de los '50. Resplandeciente uniforme blanco y delantal, brillante dentadura que reflejaba el sol, y dorados rizos bien peinados asomando bajo su birrete. No recuerdo quién preguntó. El prolijo muchacho contestó en perfecto castellano neutro y voz como sacada de "El viento en los Sauces": "Tenemos de crema, de vainilla y de chocolate".
Estábamos los dos en malla, por lo que obviamente no llevábamos dinero con nosotros. Tal vez hubiese sido bueno un helado de crema y chocolate en ese momento. Desconcertados, continuamos nuestra marcha.
Casi previsiblemente, nunca volvimos a hallar aquel puestito.

miércoles, abril 11, 2007

Duele

Yo vivía así. ¿Cómo puede ser?. ¿Por qué? ¿qué me hizo así?. Yo me "enamoraba". Laura, Caro, Eva, Lauka, Jui. Yo sufría. Sin comillas.
Yo vivía así, con esta presión en el pecho. Con esa tristeza que hace todo más lento. La reflexividad que me caracterizaba de chico se convirtió en sufrimiento desde que empecé a creer que necesitaba a alguien. Eventualmente comencé a pensar que no era malo, que era natural. Que en la vida no había que buscar simplemente la felicidad, sino la "intensidad", y que el dolor era la otra cara de esa intensidad. Peor era no sentir nada, ¿verdad?.
Esa presión en el pecho no paró hasta que tuve 17. Algo cambió entonces, me despreocupé y fui mucho más feliz.
Por supuesto que volvía. Volvió con lo de Jui. Pero ya no era la forma en que vivía, simplemente era algo que conscientemente yo quería rechazar. No quería sentirme más así. Ya había aprendido que había un estado mejor.
Pero, por supuesto había llegado la época en la que sentirse así tenía fundamentos más serios. Cada desilusión me llenaba de esa vieja tristeza, aunque yo la rechazase.
Un buen día de agosto llegó C., y el dolor se fue por mucho tiempo. Por un año y medio. Sólo para regresar más real que nunca. El resto de las cosas que me pasaron fueron un ensayo general para esa desilusión. Creer de verdad en algo puede ser muy peligroso.
El paso de otro año gris, con dolor y un poco menos de inmadurez, me regaló a P.. Y con ella aprendí que no es necesario separarse para sentirlo. El amor y el dolor, atrozmente, pueden convivir.
¿Saben a lo que me refiero? ¿lo sintieron?. Duele todo el día. Duele cuando te levantás, porque soñaste, o porque es lo primero que recordás. Duele cuando comés, cuando te reís, cuando escuchás la música que te gusta. Duele cuando te acordás, y cuando no podés dejar de acordarte. Duele cuando estás solo y duele cuando estás con alguien y tenés que disimular. Duele cuando te acostás, porque es cuando pensás en lo importante, y porque estás por soñar.
No es bueno vivir así.

Me acordé como era eso.

martes, abril 03, 2007

Oruga

Escuchaba la 103.3 en el altillo de casa, intentando estudiar para el coloquio de Ingeniería de las reacciones homogéneas a la luz de un velador. Dormí ahí por un tiempo, mientras papá y mamá colocaban el piso de cerámico con sus propias manos.
Hacía menos de un año que todo había comenzado con P. Seguían estando los fantasmas, de algún modo. Mi fantasma de C., a quien no había vuelto a ver, y el suyo de Ezequiel, que se había ido a París. Pero eso era secundario en el fondo.
Estaba esto que habíamos descubierto. Estaba esto, que me hacía doler al escuchar sus canciones favoritas, sólo por quererla tanto. Ansiaba que pasasen alguna de The Cure por la 103.3, para sufrir y ser feliz al mismo tiempo.
Las bajé con el kazaa, con mi penosa conexión dial-up, para saborearlas, mientras me preguntaba cuánto era que realmente me quería, y cuánto iba a durar ese vértigo.
Esos días de principio de verano, el patio de casa se llenó de orugas. Y justamente estaba esta canción, The Caterpillar, que decía: "you flicker and you're beautiful, you glow inside my head, you hold me hipnotized, mesmerized".
Así, no había fantasma que durase.

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